No pretenden ser unas crónicas al uso, solo dejar en el recuerdo algo de la despaciosidad que pudo verse o no en algunos de los festejos.
En el cuarto Sebastián Castella toreó con despaciosidad en algunos momentos a un toro manso.
Ginés Marín hizo lo despacioso en un quite. Poco pudo hacer en sus dos toros.
Se necesita leer, ver videos antiguos. No se puede pedir la devolución de un toro manso.
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid, tarde calurosa, casi lleno.
Toros de El Pilar, muy justos de presencia, algunos anovillados, sin trapío, sin fondo. Mejor el primero.
Damián Castaño, que sustituía a Daniel Luque, silencio y silencio.
Juan Ortega, silencio y silencio
Pablo Aguado, silencio y bronca final por el conjunto de la tarde.
La corrida estrella de la Feria de Otoño pasará a la historia de los asistentes a la Plaza de todos de Las Ventas como la corrida más tediosa de cuantas se han presenciado en los últimos años. Tras el primer toro se esfumó toda la parafernalia publicitaria, todas las ilusiones, todas los sueños de ver faenas despaciosas y templadas y, por supuesto, se esfumaron los treinta, cuarenta, cincuenta, setenta o cien euros que pagó cada asistente según su posición en el tendido, la grada o la andanada. Los aficionados salían cabizbajos como de un velatorio. Los toreros se despidieron noqueados. Sonreían, no obstante, los carniceros en el patio de arrastre: hecho el destajo, la evisceración, el despiece y el pesado de las mejores piezas, habían cumplido su cometido de servir una buena carne jugosa a las mejores carnicerías y restaurantes. Sonreían también los acomodadores y guardianes de las puertas: en menos de dos horas, tiempo récord, el público estaba fuera. Y sonreían, en su despacho, los empresarios, como aquel Tío Gilito de los dibujos animados: nos ha fallado un torero, hemos puesto a otro a mitad de precio, la plaza se ha llenado y encima en el segundo toro llegó al tendido 2 una excursión completa de chinos que pagó entrada de corrida por ver dos toros, o bien dos pobres animalitos. Y es que la mayor parte de los ejemplares de El Pilar nunca debieron ser ni contratados ni aprobados. Tío Gilito hizo el negocio.
Se juega con la paciencia de los abonados. Se manchan las ilusiones puras de niños y adolescentes (que había a montones en los tendidos) y que consideran a Juan Ortega y a Pablo Aguado como ídolos naturales. Se juega con la bisoñez del visitante ocasional: ese que ha visto los anuncios en los autobuses y en las marquesinas y, mucho tiempo después de haber acudido por última vez a una plaza, acude de nuevo espoleado por el taurino runrun de un torero exquisito como Juan Ortega. Y se atenta contra la educación de la mayor parte de la plaza: motivos había para protestar pero con el decoro debido y nunca en medio de la lidia. Y las voces siempre vienen del 7. Habría que ver cómo son de modélicos en su casa o en su trabajo esos vociferadores.
La tarde comenzó y acabó con un quite de Juan Ortega: una verónica excelsa por el pitón izquierdo, otra atropellada por el derecho, una despaciosa y larguísima por el izquierdo, que ha quedado en la plaza y la media enroscándose el capote. Es cuestión de números: a algunos nos ha costado el precio de una abono ver un quite tan excelso. A otros veinte, cuarenta o incluso doscientos. Pero Tío Gilito se ríe en su despacho. Ya tienen bastante. Que vuelvan otro día, que tiren de tarjeta. Pero el aficionado silencioso, cabal, sabe que la tarde de ayer fue una estafa y una vergüenza. Y que la empresa y los veterinarios deberían enmendar su error y, al menos, darle otra oportunidad a Juan Ortega en la tarde del 12.
El festejo no dio ni para una crónica. Lo siento por mis cuatro lectores.
David Ferrer, 7 de octubre de 2023.
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid, tarde calurosa, casi lleno.
Toros de Victoriano del Río, 4º y 5º con el hierro de Cortés, desiguales en hechuras, mansos el cuarto y quinto.
Sebastián Castella, ovación y vuelta al ruedo.
Paco Ureña, silencio y vuelta al ruedo.
Ginés Marín, silencio y silencio.
Si no fuera por la afluencia del público (al salir el segundo toro se fueron cubriendo algunos huecos del sol) parecería que presenciábamos una corrida de esas hoscas y broncas de una tarde de domingo de verano. La plaza, sin embargo, estaba casi llena pero algunos sectores venían dispuestos a propiciar una vendetta, un juicio sumarísimo que, finalmente, por el comportamiento de dos toros se transformó en otro espectáculo. Así son las cosas del toreo: el toro compone y descompone. No hay guión ni prejuicios que valgan.
En efecto, algunos tendidos la tienen tomada con el presidente de esa tarde, a quien acusan de tener la mano larga para las orejas y muy corta para seleccionar los toros. Por otra parte, Sebastián Castella viene de abrir la Puerta del Príncipe de Sevilla y ya sabemos que, a pesar del AVE, no siempre la comunicación entre Sevilla y Madrid es muy fluida. Por último, la preciada ganadería de Victoriano del Río tiene fama de gustarle a las figuras, por lo que se protestaron al menos un par de toros.
Hasta el tercer toro la tarde fue un bostezo. La venta de bebidas y de almendras iba en aumento, señal inequívoca de que nada estimable pasaba en el ruedo. Lo cual tampoco es del todo cierto: en el primer toro de Victoriano del Río, con falta de transmisión, Sebastián Castella hizo una meritoria faena a pesar de que le recriminaron varias veces la posición y ciertos toques ventajistas. El toro tenía interés sin llegar a profundizar y prueba de ello es que Castella y Ureña rivalizaron en dos soberbios quites. Al comenzar la faena arreciaron los gritos de "fuera del palco". Mal comienzo, más almendras. Con el segundo y el tercero a muchos no les quedó otra que segur pimplando coca colas con ron y los gin tonics y machacando almendras. Ginés Marín entra al quite con unas verónicas despaciosas pero el toro no dice mucho, descastado, y Ureña se justifica. Mata mal tras varios pinchazos y al torero murciano se le va endureciendo el rostro. Es un torero maravilloso pero que transmite una profunda tristeza y melancolía. Ginés Marín, en los toros tercero y sexto, apenas pudo hacer nada, si bien se le notó ayer algo desconfiado. Para colmo en su primero, el toro derribó con gran peligro el caballo que montaba el padre del torero, Guillermo Marín, que por poco se libró de una dolorosa lesión.
La tarde cuesta arriba, el ánimo vencido, los hombros caídos y el hígado en punta. Los vendedores de la plaza estaban ya dispuestos a hacer el agosto, y no por el calor propio de ese mes. Algunos franceses, holandeses o chinos se marcharon en ese momento pensando que aquello era un espectáculo anodino. Pobres. Se perdieron algo que se ve pocas veces. Ha sido este un año en el que se han visto cosas verdaderamente históricas y emocionantes (se me ocurre el rabo de Morante, la despedida del Juli, la tarde de Ortega en Valladolid, el indulto del Miura de Sanlúcar, la tarde de López Chaves en Salamanca...) A esta nómina memorable habrá que sumar la lidia del quinto de la tarde, del hierro de Cortés.
Los toros cuarto y quinto traían el herraje de Cortés, la segunda marca de la casa de Victoriano del Río. Como decíamos antes, el toro compone y descompone y lo que derivaba en derrota, en juicio sumarísimo, se transformó en la grandeza de una fiesta gracias a dos toros mansos, mansísimos, a los que costó engañar en los capotes, sostener en el caballo. Una de esas cosas que se leían en Corrochano o en los volúmenes de El Ruedo de hace setenta años. Faltó sacar a un perro para azuzar al toro.
"Devoto" fue el nombre del cuarto e hizo poco honor a su nombre. Huidizo, temeroso, rechazaba los capotes y mucho más a los picadores. Se dio varias vueltas por el ruedo. Ni el público de Madrid ni de otros sitios está acostumbrado a tales toros: lo que suelen aparecer son ovejas cándidas que van y vienen por un carril y que se agotan pronto. La gente pedía la devolución del toro, lo cual habría sido un despropósito reglamentario y nos habría privado de una gran faena. A punto estuvo ya el presidente de sacar el pañuelo rojo si no fuera porque en la cuadrilla de Castella figuran Chacón, Viotti y Luis Blázquez. Fue Chacón el que consiguió enderezar a este marrajo de 626 kilos y que, como a veces ocurre, con los mansos cuando se les hacen bien las cosas, devienen en toros excelentes para la muleta. Y así fue. Castella le aplicó una lidia impecable, valerosa, fiel a su estilo: el comienzo por bajo fue primoroso y hubo un par de redondos eternos y despaciosos. Mal, muy mal con la espada. Hablaríamos hoy de triunfo grande.
Hay quinto malo. Y en este punto los vendedores de bebidas y almendras ya habían recogidos sus cubos, sus cucuruchos y sus hielos. Sabían que ya no iban a vender nada. El toro de Ureña fue otro manso. De libro. De nombre Andaluz, también del hierro de Cortés, se paseó también huidizo por todos los tercios del ruedo. Hasta siete veces se acercó a los caballos sin apenas ser picado, alternando los dos jinetes, buscando una salida donde fuera. Con razón el presidente sacó el pañuelo rojo y los banderilleros tomaron esas largas e infames banderillas. Difícil su colocación y a punto estuvimos de presenciar una desgracia. Nadie daba un duro por la faena. Si Paco Ureña le pega dos muletazos de castigo por abajo y coge la espada, la ovación habría sido clamorosa. Pero Ureña es valiente, es doliente, es un pupas. Consiguió muletazos sueltos de una gran pureza, y los finales por bajo fueron memorables. Si llega a caer el toro pronto a nadie le habría molestado una o dos orejas. Clamorosa vuelta al ruedo.
Así son las cosas. Sin guiones establecidos. Sin recompensas a veces. Sin paños calientes. Cuanto mejor un toro manso que una mona. Veremos mañana.
David Ferrer, 6 de octubre de 2023.
En el cuarto Sebastián Castella toreó con despaciosidad en algunos momentos a un toro manso.
Ginés Marín hizo lo despacioso en un quite. Poco pudo hacer en sus dos toros.
Se necesita leer, ver videos antiguos. No se puede pedir la devolución de un toro manso.
Aunque el del viernes 6 era un cartel redondo, en el fondo el público tiene en su corazón el cartel del sábado 7 con los tres sevillanos. Juan Ortega, que se dio a conocer en Madrid hace ya unos años, ha progresado tanto en esta temporada que se ha convertido en torero de culto. En los mentideros de la plaza se rumoreaba que el sustituto de Luque, el otro gran genio del momento, sería el salmantino Damián Castaño. Sí, torero muy valeroso, que se merece mejores puestos pero, como se escuchaba, no en este cartel de arte y despaciosidad.
En una pastelería cercana a la plaza, saludo al filósofo Agapito Maestre, que va acompañado por la crítica taurina de El Imparcial, Inés Montano. Veo después a Antonio Lorca, a Amorós y charlo un rato con Barquerito, que me promete hacerme llegar un libro que le han editado de homenaje.
La corrida fue como lo que afirman los jóvenes: una cosa es lo que pides en Aliexpress y otra lo que finalmente te llega. Nadie esperaba una mansada de libro.
¿Y qué importa? La gente salió hablando de toros. Y eso es lo trascendente. Ni gintonics, ni verbenas, ni almendras.
El sábado viene Juan Ortega. Cómo estuvo en Valladolid, cómo estuvo. Y Pablo Aguado, que tuvo un comienzo de faena memorable en la reciente feria de San Miguel. Han puesto a un salmantino en el cartel. Lo mismo les agua la tarde. O no. O vete tú a saber.
David Ferrer
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid, tarde calurosa, menos de tres cuartos.
Toros de Guadaira, bien presentados, con poco celo.
Álvaro Burdiel, palmas, ovación tras petición, ovación
Alejandro Peñaranda, ovación y ovación
Ismael Martín, silencio. Pasó a la enfermería tras intentar descabellar. Acabó Burdiel con este toro, que también lidió el sexto.
El aroma de perfume caro, de puro, de gintonic de la víspera, con lleno de no hay billetes en la despedida madrileña del Juli, se disipó en este festejo de domingo. Aunque las tardes de toros son una incertidumbre siempre, a veces el ambiente exterior ya te da indicaciones y señuelos de como iba a ir la tarde. Los bares de la plaza venden menos en estos festejos que en los de relumbrón, aunque los puestos de pipas y de chucherías del exterior venden algo más. Normal: si está el paisanaje vip o la televisión, no es de recibo que te pillen comiendo unos tronquitos de fresa.
La novillada, una de las dos que se incluyen en este abono de la Feria de Otoño, presentaba como único aliciente a dos novilleros que habían tenido actuaciones meritorias, y a un torero salmantino, Ismael Martín, que triunfó en la reciente feria de su tierra. A partir de ahí, poco reseñable: una corrida de Guadaira sin fondo, sin malicia, sin chispa, sin peligrosidad, sin bravura. Cuanto mejor es una corrida mansa, un petardo, que una tarde de estas que ni fu ni fa.
Los tres alternantes estuvieron voluntariosos: es decir, con más voluntad que eficacia. Y es que es de esas tardes que, pese a las notas que uno va tomando durante el festejo, es imposible decir nada. Ismael Martín fue el hombre de la verdadera mala suerte de la tarde. Parecía calentar a los tendidos con su disposición en banderillas en su primero, el único que pudo lidiar, pero se le vio algo nervioso durante la faena. Tanto que dejaba ver su cuerpo y se llevó tres volteretas de distinto alcance, que bien podrían haberle costado un disgusto, sobre todo la segunda, donde todos presentíamos una cogida. Tras un pinchazo y una estocada recibió una embestida del toro, muy vivo aún, al intentar el descabello. Fueron momentos angustiosos, compadecidos todos del dolor del novillero, quien mostraba un brazo desencajado, como luego se confirmó en el parte de la luxación. De esas que le va a llevar un invierno de recuperación.
Alejandro Peñaranda dejó momentos estimables en San Isidro. Ayer tampoco sus novillos le regalaron nada: buena disposición, ganas de agradar en todos los quites y faenas que dejaban comer pipas, pistachos, moras o regalices. A Álvaro Burdiel le tocó ayer lidiar tres toros. En el cuarto hizo lo mejor de la tarde, donde salió su estilo sevillano, con un precioso inicio, unas tandas cortas y un final muy saleroso. Una estocada atravesada permitió que buena parte del público, excepto los turistas, pidieran el premio que el presidente no concedió. Se ve que es más necesario ser generoso con El Juli, que ya tiene tres fincas, que con estos pobres aspirantes. En el sexto, lo más emotivo fue el brindis al compañero herido. Pero la faena no trascendió y todos teníamos empacho de gominolas.
Los habituales abonados decían la víspera que a esta novillada también vendrían. Eso ocurrió en todos los tendidos. Pero muchos no acudieron pese a tener su entrada. El calor y la retransmisión de la despedida de El Juli en Sevilla hicieron que algunos eligieran la butaca de casa que el duro tendido. Si leen las crónicas, seguro que se alegraron. Bueno, pues ya está. No pasó nada, salvo el doloroso percance. Pero nos fuimos con el estómago lleno de azúcar del malo y sin nada en el recuerdo.
David Ferrer, 1 de octubre de 2023.
Álvaro Burdiel en el cuarto, tuvo algunos momentos sueltos muy destacables.
Ismael Martín se llevó lo peor de la tarde. Muy rápido en su lidia y desafortunado en el descabello. Que se mejore.
La gente miraba de vez en cuando su móvil para tener noticias de Sevilla.
Plaza de toros de Las Ventas, Madrid, Lleno de no hay billetes. Gran ambiente en tarde veraniega.
Toros de El Puerto de San Lorenzo y dos de La Ventana del Puerto, pequeños, bien presentados, con tendencia a la mansedumbre sobre todo el cuarto.
Uceda Leal, ovación y silencio.
El Juli, en su tarde de despedida, ovación tras petición y dos orejas. Salió a hombros.
Tomás Rufo, ovación y oreja.
Los relojes son útiles, precisos, mecánicos, perfectos y casi perpetuos. La carrera de Julián López El Juli puede compararse con un reloj de lujo: da las horas exactas, no se trastabilla y actúa con un rigor mecánico. Así ha sido desde sus comienzos, le han dirigido muy bien su carrera y no ha faltado a ninguna de las grandes plazas ni ferias importantes en estos 25 años. Su regularidad es apabullante, el fervor de su público es casi matemático. Y la despedida no iba a ser algo improvisado como una charanga: fue calculada, solemne, anunciada en el momento preciso y dispuesta, como un engranaje perfecto, para el triunfo apoteósico. Los hay, por el contrario, como el caso de Morante, sean las causas que sean, que se marchan por un callejón del Baratillo, sin querer planificar y sin querer nada. Tampoco está mal eso: peor es el caso de otros toreros veteranos que andan arrastrando su cansancio por los ruedos, más como escopetas de feria que como relojes suizos.
La traca final de esta despedida, cuyo pistoletazo fue la corrida de Gijón, se centra en Madrid y Sevilla. Para la capital del reino, había ambiente negativo en algunas redes sociales, pues al Juli siempre se le ha tenido cierta inquina desde sectores más puristas. Es lo que tienen los relojes caros, que no se salen del guión: ni en las ganaderías elegidas ni en las faenas. Se presagiaba una tarde bronca, de pedir cuentas, que quedó sin embargo muy refulgente por el ánimo de los fieles y las ganas de ver algo histórico. El problema es que los relojes son precisos, útiles y previsibles y no emocionan tanto. Fue tan a favor la tarde que hasta el tendido 7 quedó diluido o alguien les echó en el cubata unas gotas de fentanilo. Porque protestas hubo pocas, como nunca. No parecía ni el Madrid que hemos vivido en el pasado San Isidro. Quizá el momento más emotivo de la tarde fue la gran ovación a la que tuvo que responder el torero tras romper el paseíllo. El mundo taurino tiene, siempre se dice, esa sensibilidad.
A partir de ahí la corrida fue precisa y rápida. La corrida salmantina del Puerto fue casi como la del año pasado, en la que alternaron Uceda y Morante: son toros abantos, con dosis de mansedumbre y que tienden a estar y querer irse. Si exceptuamos el cuarto, un verdadero manso que le correspondió a Uceda Leal y al que se le dio una lidia desastrosa, los otros cinco toros fueron malvas. Ese toro negro, de nombre Cuba, iba y venía, no le permitió al veterano torero madrileño ni un lance de recibo, se fue al caballo de puerta, se alteró la posición de los picadores, de modo que el correspondiente acabó en los tendidos del gintonic. Un caos. Con ese toro se acabaron, además, las ilusiones del pobre Uceda Leal. Viene este matador en los últimos años con vitola de torero de culto. Se le espera, parece que llega, pero pasan los años y no redondea ese triunfo. Estuvo bien en su primero: un gran comienzo por bajo llevándose a los medios, series cortas con garbosos detalles y un par de naturales de empaque. Pero Uceda no es la precisión del triunfo ansioso del Juli y tras una estocada caída el premio se esfumó.
Las dos faenas del Juli fueron diferentes, con la precisión referida. Había que triunfar sí o sí. Ocurre como en las bodas: no hay boda mala, todas son maravillosas y todo el mundo ha visto algo extraordinario, aunque sea un calco del enlace al que se fue la semana pasada. Si tuviéramos que elegir, me quedo con la faena al segundo de la tarde. En los últimos años Julián torea más despacio y le permite dejar algunas series de verdadera belleza. Una oreja en este toro habría sido justa pero el presidente no quiso contribuir a la mecánica. El quinto fue como el toro de la fiesta. El torero debía salir a hombros como fuera. El toro manseaba, se salía de la muleta. Una prueba en Madrid de que las cosas no van bien es cuando algún aficionado desabrido grita "viva España" y "viva Ayuso". Por suerte ya casi nadie los jalea. Pero es señal de que la cosa no va por buen camino. El Juli, sin embargo, sabe siempre darle la vuelta a las cosas y le sacó una serie estimable con un natural que ha dejado en medio de la plaza para la posteridad. Ese natural, todo un monumento, quedará siempre. Después, lo previsible, lo mecánico: se pidieron con fuerza dos orejas (una hubiera estado bien) pero el presidente no quiso esta vez provocar un altercado y sacó los dos pañuelos. Yo estuve y vi la petición unánime. A la salida muchos se quejaban. No cuenten milongas.
Tomás Rufo comenzó como un torero muy querido por Madrid pero anda ahora algo en guerra con ciertos tendidos. De hecho, las escasas protestas de las tarde se las llevó el toledano por su colocación. A Rufo le queda una larga carrera en la que tendrá que acomodar su estilo, que a veces es seco y puro como el de Domingo Ortega, y a veces va hacia el tremendismo, como el vibrante comienzo de rodillas en el sexto. La tarde iba precisa, exacta, y a Rufo le cayó una oreja, que bien le valdrá para reivindicar su puesto en próximas ferias.
Tic tac. Poco más de dos horas, cosa poco usual en los festejos actuales. Lo programado se cumplió. La gente joven se echó al ruedo y se llevó al Juli en volandas de una manera, esta vez, poco precisa y muy desorganizada. Habrá quien crea que vio algo histórico: en parte lo es porque no todos los días se despide un matador de larga trayectoria, pero todo resultó tan emocionante como el marcaje de las horas de un reloj.
David Ferrer, 30 de septiembre de 2023.
No es lo suyo, pero hubo un natural del Juli en el quinto, que aún se recuerda.
Tomás Rufo tiene que afinar esa izquierda.
Ayuso se llevó la segunda ovación más grande de la tarde.
Ayer en los restaurantes cercanos a Las Ventas había menú de fin de semana. Algo más caro, pero por precio asequible, eliges dos platos y un postre. No hay que pensárselo mucho. Todo muy medido, como el engranaje de un reloj: perfecto, irrompible, imparable, riguroso y exacto. casi como la carrera de El Juli, tan cuidada, tan precisa que hasta su despedida podía anticiparse. No es poco mérito: llevar 25 años en lo más alto, arrastrar a tantos aficionados tanto tiempo y no claudicar solo se consigue con una maquinaria de apoderamiento y de prensa muy precisa. Y con unas ansias de triunfo que no ceden. Esta despedida bien pergeñada se lanzó antes de la encerrona de Gijón y, a partir de ahí, todo hay ido sobre ruedas. Con Madrid siempre hay una duda: los días previos las redes sociales de algunos puristas ardían en mensajes a la contra y albergábamos la duda de un recibimiento un poco duro, de ajuste de cuentas. Ni por asomo. Hasta el tendido 7 debió tomar café descafeinado con unas gotas de fentanilo. Porque ni gritaron.
En cuanto al penúltimo festejo de esta traca final, sabíamos que veríamos a lo más granado de lo vip pero también del medio pelo, que veríamos a tal y a pascual; sabíamos que Ayuso se llevaría una ovación y que el Chatarrero iría acompañado a un burladero (hay gente más previsible que un zapato castellano pero aún así las empresas atienden sus requiebros). Sabíamos que fuera como fuera, El Juli saldría en hombros, y sabíamos que los toros del Puerto saldrían mansos. Sabíamos que Rubén Amón iría de negro y en deportivas. Que la marquesa de Vega de Anzo acudiría a la hora de siempre para entrar en la plaza con el bilbaino Javier Aresti. Sabíamos que no cabría un alfiler y que al final la banda tocaría Puerta Grande. Qué listos somos. Nos equivocamos solo en una cosa: pensábamos que Uceda Leal comparecería en un terno elegantísimo de los suyos y apostó por un berenjena o similar y plata. Parecía más un vestido del Lili, el subalterno de Morante, que del madrileño.
Como en los relojes suizos, no cabía salirse del guión. Los toros sí lo hicieron. Mansos que se salían por todas las partes del ruedo. En el cuarto, el picador se fue a ejercer su oficio al tendido del gintonic. El presidente amagó en el primer toro del Juli con aguar la fiesta: negó una oreja ante una faena más meritoria que la del quinto, a la que le concedió las dos orejas. Pero el reloj seguía su marcha. Había que salir a hombros. Cuando una juventud enfervorecida se llevó a hombros, de manera algo caótica, hacia la calle de Alcalá, en las redes sociales se inició la polémica: que si una puerta grande barata, que si las estocadas a contraestilo, que si el taurinismo militante. Bueno, yo estuve en la plaza, y vi a todo el mundo pedir los trofeos con fervor. Y allí nadie dijo nada.
Algunos calificarán de histórico este festejo. Lo cierto es que los acontecimientos verdaderamente rotundos nunca son previsibles. Será un acontecimiento reseñable porque no todos los días se despide una figura que ha sido base y pilar de tantas ferias tantos años. Eso no hay quien se lo quite. Pero no fue la tarde así de rotunda.
Estamos en un momento, como aquella película, en la que se quiere vivir "todo a la vez en todas partes". Me cuentan que se retransmitía a la vez una corrida en Úbeda, que fue un tarro de las esencias del arte. Onetoro lo intentó con un experimento llamado "Multitoros": léase, ahora te muestro media faena de Madrid y ves la estocada de Sevilla. Un esperpento. Cuando llegué a casa desde Las Ventas, quise ver de nuevo algunos pasajes de la tarde de Madrid y ver lo mejor de Sevilla, donde Castella abrió la Puerta del Príncipe. Pero no hubo manera. Solo se podía ver en ese esperpento “multitoros”. Ahora aquí y allí también. Todos contentos: hemos estado en todos los lugares y algunos no habrán estado ni en uno.
David Ferrer